jueves, 27 de noviembre de 2008

Los vestidos (relato)



Los vestidos
Ella entró en aquel recinto llevandose la mirada de todos los presentes. Lucía un espléndido vestido color rojo. El cabello recogido hacia atrás, le permitia mostrar unos aretes de color plata como su gargantilla. Iba del brazo de su esposo. A su encuentro salieron a saludarlos y a ella a felicitarla por la organización del evento.
Habia estado trabajando hasta más de las siete de la tarde, estaba extenuada pero feliz con el desarrollo.
Tenia un andar felino, cadencioso, que dejaba boquiabiertos a todos los hombres presentes y también a las mujeres. No era extremadamente bella, pero si interesante y muy sensual.
En la otra punta de la sala estaba la otra. De cabellos largos alborotados negros, una hermosa solera del mismo color cubria su cuerpo. Tenía unos profundos ojos color cafes, que escondia bajo unos lentes de cristal volados muy a la moda.
De punta a punta de la habitación sus ojos se encontraron. No era la primera vez que se buscaban para hallarse.
La de rojo fué escabullendose entre la gente, entre saludos y risas para ir a parar al lado de la otra.
Se miraron en silencio, sus miradas eran cómplices de algo escondido, prohibido.
Se saludaron como si hiciera años que no se veían, y por lo tenue, ella le susurro algo en el oído.
La otra se puso colorada, se sintió ser flanco de todas las miradas pero no era así, solo suposiciones, porque cada uno seguía en su mundo.
El marido de ella no tenia buen semblante, no habia duda que habia concurrido a disgusto.
Se sentó en un rincon a beber y charlar con un viejo gordo que sonreia cada dos palabras.
Ella aprovechó el descuido, y sin que nadie lo notara, le rozó la mano a la otra.
Se sintió como las vibraciones de su cuerpo chocaban.
Algo especial las unía.
Le hizo señas con los ojos que la siguiera, casi a escondidas y disimulando fueron saliendo cada una por su lado de la habitacion.
Afuera la noche era serena, pero la atmósfera estaba cargada de vapor. Una tormenta se hacia eminente. A lo lejos los refucilos empezaban a alumbrar el cielo.
Bajo el nogal situado en medio del jardín, ella estaba esperándola. La otra llegó con paso tenue y temeroso.
Se encontraron frente a frente. Y no pudieron más, se abalanzaron una sobre la otra.
Sus bocas volvian a encontrarse como tantas otras veces en la clandestinidad.
Un beso timído comenzó la partida, los labios se entreabrieron de una y la otra para que sus lenguas calientes comenzaran a desgustarse.
Sus manos... inquietas se buscaban. Recorrian los senos por sobre la ropa, bajaban a los muslos, para llegar cada una a su entrepierna.
Una tomó el control, y llevó a la otra a recostarla sobre el nogal.
En la oscuridad, solo eran suspiros acompañando al canto de los grillos y las ranas del jardín.
Sus dedos ansiosos, recorrian cada perímetro de piel de una y la otra. Se dejaban llevar por un deseo intenso que las quemaba por fuera y por dentro del alma.
Pasaron segundos, minutos... y solo era un debatir de almas hacia lo prohibido.
El cielo seguia clamando, la tormenta comenzó a mostrar su presencia.
Los presentes sorprendidos por el viento y los rayos se asomaron al balcón.
Un enorme refucilo que transformó la noche en día, fue el que las delató.
Ante los ojos asombrados de los presentes, solo vieron dos figuras femeninas bajo un árbol haciendose el amor.
No había dudas, una vestia de rojo, la otra de negro.

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